Fue lo primero que pensé cuando los vi, unos zapatos
viejos, gastados y doblados en la parte de atrás de tan sólo meter el pie
incompleto.
Cuando seguí el resto de los pies, metidos en esos
zapatos, y alcé la vista, eran de una mujer, de edad madura, de características
humildes, toda ella emanaba ... ¿Inseguridad?, no, incomodidad? Mmm, no sé cómo llamarlo, estaba recargada en
la esquina de la puerta de una tienda de esas de conveniencia, con su caja de chicles,
ofreciéndolos con desgano, esa es la palabra que podría definir su presencia en
esa esquina, en ese momento.
Una mujer de mediana edad parada en la nada que
representa un espacio que por ser de todos no es de nadie y donde se encuentra
viviendo como puede, trabajando en lo que puede, si es que se le puede llamar
trabajo a eso, el vender chicles.
Y no es en tono despectivo o conmiserativo, sino
reflexivo. ¿Realmente es un trabajo? ¿En términos filosóficos, si lo sería, en
términos sociales, pensando en la justicia? No lo sé, esa mujer no debería
estar ahí vendiendo chicles, parada por horas sobre unos zapatos gastados y
viejos, que están aplastados por parte de atrás, ¿no le quedan, le cansan
después de tanto tiempo parada?
Y de esa reflexión, me fui a otra y otra, a partir de
unos zapatos, donde lo que más me ha movido es precisamente como son estos
pequeños detalles los que a veces nos sobresaltan. Estando en una situación de
comodidad y sin atreverme a ponerme en sus zapatos, he pensado, desde aquel
día, en cuantas mujeres calzan zapatos como esos, metafórica y realmente, todos
los días, en situaciones y condiciones diversas y por millares en esta ciudad y
en el mundo.
Dónde no queda otra opción más que ponerse esos zapatos y
salir, seguir, vivir como se puede, dejando atrás el eufemismo romántico de la
esperanza que, en algún momento para ciertas mujeres privilegiadas, como yo,
hemos podido disfrutar, sabiendo que el destino está en nuestras manos, ¿será
cierto? Y si así lo fuera, que ha pasado con esas mujeres, ¿lo habrán escuchado
alguna vez? ¿lo sabrán? ¿lo creerán? ¿O es que esos eufemismos no son para
todas las mujeres, sólo para unas cuantas? ¿Las otras sólo deben seguir de la
mejor manera que puedan y si así fuera, eso se llama libertad o conformidad?
¿Destino o realidad?
No me atrevo a concluir porque temo que mis respuestas
son totalmente subjetivas y de ninguna manera responden o aciertan respecto de
lo que significa la vida para aquella mujer que ese día calzaba esos zapatos
viejos y gastados.