Dorothea Lange

domingo, 8 de julio de 2012

Similitudes

He terminado de leer El Librero de Kabul, de la periodista noruega Asne Sieistard. Para quienes no lo hayan leído, lo recomiendo ampliamente. Una descripción perfecta de la vida de una familia agfana en cierto modo acomodada, dadas las circunstancias de Afganistan en 2002. La autora se adentra en la vida de todas y todos los integrantes de la familia y detalla la vida de cada una y uno.

Lo que más me impresionó de este relato son las condiciones inhumanas en que viven las mujeres. Es algo conocido en el mundo y por tanto no diré más sobre la obra de Asne Sieistard, pero me sirve como preámbulo para tratar el tema de esta nueva entrada, las mujeres son tratadas como parte del patrimonio de las familias, mercancía de intercambio y medida de honor para los hombres y en la mayoría de los casos, son esclavas en esas familias hasta que son dadas en matrimonio.

Mientras leía el libro, viajé al pueblo de mi mamá , San Lorenzo, en Hidalgo. Llegar a ese lugar, últimamente me entristece porque me encuentro con mujeres que viven en una situación parecida a la de las mujeres afganas y este pueblo es solo una muestra de los muchos lugares de  México.

 Es cierto que no usan burka y que tienen muchas libertades que no gozan, es más, ni siquiera se atreven a pensar pero como ellas, son tratadas más como patrimonio familiar o viven en situación de esclavitud.  Al igual que en la sociedad afgana, la religión juega un papel importante en el destino de las mujeres y sólo se les manda a la escuela porque nuestro Gobierno da un apoyo económico a la familia por cada hija que acude a la escuela pero solo hasta educación primaria. Después de eso, los estímulos económicos no continúan o son para menos niñas y entonces muchas de ellas no acuden más a la escuela. Los padres y las madres no lo consideran importante. La prioridad de las familias son los hombres. Ellos deben prepararse porque a diferencia de las mujeres, tendrán más oportunidades de salir adelante mientras que para las niñas, el matrimonio y los hijos es un destino ya escrito pero que mientras suceda, son enviadas a trabajar, algunas   como trabajadoras domésticas. Otras son casadas con hombres, en muchas ocasiones  mayores que ellas y a cambio por otra mujer para el hombre de la familia o por deudas contraídas o para ampliar el patrimonio con lo que aporte el futuro marido. Por ello no continúan en la escuela y resulta común encontrar a las mujeres caminando tras los hombres, cargadas de cosas más el chiquillo o chiquilla en brazos o de la mano. Trabajan  en casa, en el campo y para la familia propia o política. No continúan sus estudios, no reciben un pago por los servicios prestados en el hogar pues se considera su obligación, prácticamente son esclavas en su propias familias.

Esta práctica es tan común y tan invisible que casi nadie habla de ella en una sociedad que se considera moderna y distinta de aquellas donde las mujeres son mercancías pero que al igual que en ellas, son invisibles y se decide por su vida.




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