Crítica Jurídica Feminista: Nunca he sufrido de violencia

jueves, 22 de marzo de 2012

Nunca he sufrido de violencia

Una reflexión aproximada.

Violencia. Un término muy socorrido,empleado y negado por todas y todos. Nadie quiere ser víctima de la violencia y cuando lo somos, solemos negarlo.La violencia lacera, golpea y duele. No importa del tipo que sea. Sin embargo, no queremos estar en ella y entonces, a pesar de que exista, la ignoramos primero y luego la negamos.
La violencia ha llegado a ser una forma de vida, para mujeres más que para hombres, pero ellos no están exentos de la misma.
Cambiémosle el nombre y llamemosle "modos de vida" y comencemos a cambiarla. A estos si estamos dispuestas y dispuestos a cambiarlos.De manera sigilosa y con ruido cuando se requiera pero no cejemos y sigamos haciendo el cambio.

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Espera

Espera
Espero
Que esta espera no sea eterna
Que si lo es sea no por ti sino contigo
La línea del amor en mi mano lo asegura, lo afirma
Hasta lo jura
Miedo surge como esa palabra maldita
Que determina mi pasado y lo incierto del futuro que no existe
Hay que nombrar de alguna forma
La insistencia cierta de tu arribo aunque en la búsqueda
Se pierda lo ciertamente desconocido
Espero
Que estas palabras se fundan en el eco
de la paciencia eterna que significa la espera
Que lleguen a ti a través del silencio que el tiempo lleva para si
El destino de los signos así lo dictan y para mayor certeza
Lo han colocado allá en las estrellas
No es miedo. Lo juro,
es certeza de que existes
De qué, sin entender porque
Te espero
Y que a pesar de no quererlo, de intentar lo contrario
La antimateria de tu ausencia, de tu espacio invade el tiempo
Que sin ti, llevo en esta espera
Justificación que, se escriba, se pronuncie, se guarde,
parece absurda
Y sin quererlo,
se oculta en la espera de lo que no llega pero que se, existe
Y de nuevo,
como en la eternidad de lo cíclico, se
convierte en lo que se nombra
Espera

Tonos neutros o atardecer monocromático

Una tarde de lluvia, de esas que me gustan, de esas que
se disfrutan porque no ando corriendo en la calle para guarecerme o para no
mojarme.
La realidad, la que se ve a través de la ventana y se
huele por el contacto del agua con el asfalto, no como tierra mojada, porque no
es tierra aunque sí suelo, que en algunos momentos pareciera lo mismo y que en
este no lo es y dista de serlo, está cubierta de colores neutros, un gris
plata, un gris más oscuro el de las nubes que traen la lluvia, ¿o será que no
la traen sino la tienen?, de un blanco que resplandece sin saber de dónde
proviene porque lo que abundan son los grises en su diversidad de escalas y
para cerrar esta gama de colores, el casi negro, obscuro color de las coloridas
macetas que en este momento no se distingue más que a contraluz y por tanto, es
casi negro, creando una realidad de tonos neutros que, de un momento a otro,
cuando pase la tarde y arribe la oscuridad de la noche, por un fugaz momento
será monocromático el rápido esplendor de la obscuridad, que de forma inmediata
se verá invadida de esas antinatura luces de la noche.
Sin embargo, en tanto eso ocurre, en esta tarde de
postrimerías de primavera, disfruto de los tonos neutros donde, de forma casi
imperceptible se escapa un poco del azul del cielo, más claro y blanco que
azul, quizá buscando no descomponer el retrato de esta tarde de lluvia.

Paréntesis de un ejercicio.

Aun, como espejismo, en las mañanas, cuando todo es claro pero no radiante, con las nubes posándose en el cielo, se alcanza a ver a lo lejos el brillo pleno de lo que parecen lagos en el valle de lo que hoy es la Ciudad de México.

Hay todo tipo de azules en el cielo, que comienza a transformarse en blancos y platas. Por un breve instante, la ciudad se puede apreciar en un antiguo esplendor, en un valle rodeado de montes sin que nada altere su orografía. El instante ha pasado y la ciudad emerge entre azules y blancos para cobrar sus dimensiones, colores y realidades que la hacen ser.

KarlaGutiérrezOrtega

Crónicas mundanas

Una mera observación

Un andén subterráneo lleno de gente que camina junta pero lo más lejos
entre sí, un chico sentado en el asiento de un camión que se llena pero que lo
evitan por su aspecto, incluso a mí, más
tarde en la misma ruta, podría decir en el mismo asiento, de un camión
diferente, que se llena pero que me evitan, ¿quizá por mi aspecto?, la frase
del último libro que estoy leyendo, sobre la invención del amor y la
¿electricidad, atracción? —que casi se puede tocar — de quien a veces se asoma desde
el pasado y viene a visitarme...

La intención constante de escribir a partir de ellos y mi reticencia a
iniciar por la inconstante acción de empezar y no poder terminar, o al menos,
esa es una muy buena excusa y me convence...

El paso de zebra que por un instante —que a veces dura tres minutos—obliga
a una parte del mundo a detenerse; es otro de los temas que permanecen
pendientes en mi mente, rondando a la expectativa de mi intención de escribir y
que sea, por antigua, la primera en salir, en formarse a través de las palabras
y con ello, adquirir la corporeidad de lo que existe, aunque sea por su
presencia en el papel...
...
...
Es justo esto lo que me detiene, esa barrera que se impone hasta
convertirse en un muro, casi muralla, para no continuar y a la que, meses
después del último punto final, esta ¿necesidad? ha comenzado a acariciar la
idea de rodear y postergar el final de cada una de las historias que surgen a
partir de la idea original...pero que se acercan cada vez más...

Crónicas mundanas

Un hombre invisible

El limpiador de vidrios. Era un chico, cuando lo ví por primera vez, hace aproximadamente 10 años. Hoy ya es más hombre que chico. En todo este tiempo, ha estado trabajando en el cruce de Avenida Toluca y Periférico, limpiando los parabrisas de los carros. Por algunas temporadas, lo acompaña algún otro chico, en otras, trabaja solo. Sin saber porqué, se ha convertido en una referencia del paisaje y lo busco cuando bajo hacia mi trabajo. Siempre ofreciendo limpiar el vidrio, con la playera y lois jeans sucios por el polvo de los toldos y cofres de los carros. Algunos días, se le ve alegre y otros, desesperanzador. hoy fue uno de ellos.
Lo he llamado el hombre invisible, porque anque anda entre los carros, trabajando y ganándose la vida, creo que no siempre lo ven. Incluso, cuando le dan unas monedas por su trabajo, la mayoría de quienes lo hacen, no voltean siquiera a verle.

Y aun cuando existen como él, en muchos semáforos, suelen ser invisibles.

Crónicas mundanas

Un vagón lleno de hombres al subir. Me sentí una intrusa. Es un espacio lleno de ellos. Voltearon a mirarme y todas las miradas se posaron sobre mi. El vagón de las mujeres está más allá. No había vuelta atrás. Las puertas estaban cerradas y debiamos seguir, ellos y yo en el mismo espacio.
Reflexión. ¿Así se sienten ellos cuando abordan el vagón rosa?, ¿Es tan díficil compartir los espacios en un mundo compartido? No vivimos la vida de manera conjunta sino acompañada pero solas y solos. Cada quien en su espacio al mismo tiempo.
Karla Gutiérrez Ortega

Crónicas mundanas

Contacto.

Se movía de manera inquieta en el asiento junto a su madre.

Después de una jornada de ocho horas de trabajo, su paciencia se estaba agotando, pues para subir al camión, además tuvo que esperar casi una hora.

Tres semáforos después y movimientos impacientes, su mano topó con la de ella y se aferró a sus dedos, entrelazando los diminutos suyos. Este contacto fue mágico. La vida, su fuerza e ímpetu la estaba tocando. Ella miraba por la ventana y sus manos seguían en contacto.

Ella apretaba y soltaba. Él apretaba y soltaba. Pronto, ambas manos, la suya grande, pequeña la de él. Entraron en ritmo cadencioso. Un momento pasó las manos pararon. Ella no había volteado a ver de quien era la mano. Cuando lo hizo, se percató que el niño era ciego. Y entonces todo cambió en ella. Su mano fue la que se aferró a la de él.

KarlaGutiérrezOrtega

Crónicas mundanas

Un ejercicio de respeto.

El chico de la sudadera roja. Un ejercicio extenuante.

Cada vez que se encuentra con ese chico, tiene una extraña sensación. No lo conoce, no han cruzado palabra alguna y sin embargo, el verlo, la molesta. Y contrario a dejarlo pasar, tratar de ignorar lo que sucede al verlo, se puso a reflexionar, pensar que era lo que sin conocerlo, le molestaba tanto.

Este chico, más bajo que ella, moreno, con el cabello corto, estilo raso, no es de aquí. Quizá de Oaxaca o Puebla. Se imagina que de la sierra, típico genotipo de allá. Pero no es eso, conoce y trata a mucha gente como él.

Recuerda entonces que no habla bien el español, en sus propios términos. ¡No sabe hablar español! ¡No tiene modales! Eso lo sabe porque las veces en que han abordado juntos el camión, el chico empuja, avienta, no pide el paso y si puede, se lanza al asiento sin importar a quien le pueda pegar. Básicamente, no tiene educación. ¡No sabe comportarse como la gente! Y eso es algo que siempre le ha exasperado. La gete maleducada. ¡Eso es lo que le molesta de él! Sin hablar de su acento y pésima dicción del español. Bien, se siente mejor, ahora que sabe por qué un desconocido le cae tan mal.

Habiendo resuelto eso, podría pasar de largo y seguir sin que le volviera a molestar. Simplemente, era como un animalito, y entonces, ¡Ocurrió el milagro! Se propuso ir más allá y haciendo un esfuerzo ¿Sobrehumano? ¡Sólo humano! Le restituyó su calidad de ser humano, ya no era más un animalito ante los ojos de ella. Es un hombre, que por esa simple calidad, merece respeto, sin que las circunstancias que lo hicieron hombre, influyan en ello.

Después de eso, se percató que el ejercicio de respeto la agotó, por que tuvo que recurrir a aquello que se encuentra fuertemente arraigado en ella para aquellas personas con quienes comparte su "igualdad" pero no sucede con quienes son diferentes de lo “normal”.

Es fácil atribuir y reconocer en aquellas personas con quienes tenemos empatía, los valores y cualidades que nos hace respetarles, no así con quienes no encuadran en nuestro parámetro de normalidad y entonces, lo más fácil es la discriminación, sin saber que es el primer paso de la desigualdad.

KarlaGutiérrezOrtega

Crónicas mundanas

Sonidos desapercibidos de la ciudad

El organillero, que sostiene con una mano la caja que emite sonidos musicales, mientras con la otra, gira la manija que le da sentido y nombre al órgano, vestido de café con la peculiar gorra de cartero pero a juego con el uniforme. Siempre está en pareja, pues alguien más debe recorrer la calle e invitar con gorra en mano, a los transeúntes a dejar una moneda. ¿Lo que logren juntar en un día, alcanzará para mantener a una familia? Ante la duda, siempre que puedo, dejo una moneda. Que no sea mi indiferencia la que contribuya a desaparecer de esta Ciudad, la música que sale de sus cajas.

KarlaGutiérrezOrtega

Crónicas mundanas

Solidaridad

Un indigente ciego que pide limosna, una niña y un niño que venden dulces se siguen, subsecuentes, en los vagones del metro, al cambiar de vagón. Ellos primero que él, esperan a que suba. La niña detiene con su pie el sensor de la puerta y el niño se aparta para que el indigente, sin saber y solo con su bastón reinicia su petición entre los pasajeros. El se adentra, ella y él lo siguen, ofreciendo sus paletas de cereza y menta, sandía y mango con chile.

¿Por cuánto seguirá este insignificante y pequeño signo de solidaridad? Ojala perdure hasta que los tiempos cambien. Ello les permitirá seguir humanos.

KarlaGutiérrezOrtega

La Ciudad de las Damas

“Si fuera costumbre mandar a las niñas a las escuelas e hicieránles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual a ellos… pues… aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos apto para hacer algunas cosas, tanto, más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican. Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro." Cristina de Pizan, Siglo XIV.