Lo difícil de los derechos humanos no es exigirlos, sino ejercerlos como mujeres. Sin embargo, esto resulta un reto para todas, pues aquellas que los conocemos, la mayoría de las veces rehuímos de este deber primerísimo y quedamos a la espera de que aparezca quien se atreva a hacerlo, con la esperanza de que su manto protector nos cubra a todas, pero si nosotras no somos capaces de ejercerlos, las otras, las que los desconocen, ¿Cómo podrán hacerlo? Es cierto, la mejor publicidad es la que se da de boca en boca, pero las nuestras permanecen cerradas.
Alcemos la voz, que deje de ser el susurro que calma nuestros tormentos, alcemos tan alto que nuestros oídos y nuestras almas puedan escucharla, para que, de boca en boca, se nombre nuestro nombre, el de las mujeres, no aisladas en una sola, sino en todas las voces que deben ser escuchadas, aquí y allá donde la voz universal resuena como siempre.
Las mujeres tenemos derechos en calidad de humanas y no de ellos, los seres humanos; por eso es la palabra y su memoria, lo que nos permitirá borrar la invisibilidad en la que estamos sumergidas y emerger como lo que somos, mujeres, con rostro y subjetvidad propia, no la incluyente, no la impuesta, no la de siempre, no la masculina sino la FEMENINA.
Solo se conoce lo que se nombra y se nombra lo que se conoce, si no nos conocemos y nos reconocemos como lo que somos, mujeres, ¿Cómo podremos ejercer nuestros derechos en calidad de humanas y exigir que los hombres los respeten por lo que son?
El siguiente reto será aceptar que tenemos derechos inherentes a nuestra condición de mujeres, no por similitud o inclusión en el término universal de la humanidad, el "hombre", sino por nuestra propia subjetividad, ser mujeres.
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